Los apóstoles dijeron: "Señor,
auméntanos la fe." La fe es el don de Dios. Y así como no todos los niños
son igualmente fuertes cuando nacen en este mundo, pero, gracias a Dios que
crecen bajo cualquier circunstancia que hayan nacido. Así no toda fe es
igualmente fuerte al principio.
Algunos de nosotros somos muy delicados,
muy atribulados, y encontramos muy difícil aferrarnos a la más pequeña de las
promesas de Dios. Pero toda fe es de la misma naturaleza; aunque no toda es de
la misma cantidad o grado, toda es de la misma calidad.
Un diamante es un diamante, aunque no sea
más grande que un chícharo o la cabeza de un alfiler, o para ser bíblicos,
aunque sea como el grano de mostaza, solo que debe crecer igual que el grano de
mostaza. Fe como un grano de mostaza es,
igualmente la fe del elegido de Dios, como si fuera una montaña. Es fe
viva. Es la misma fe, aunque sea más pequeña en cantidad. No siempre recibimos
la misma cantidad de fe, pero después que la hemos recibido, debe crecer.
Esto es demostrado por la vida posterior de
los propios apóstoles. Tomen a Simón Pedro como ejemplo. En un tiempo, pobre
Simón, ¡en verdad, cuán digno de lástima era!
Pedro se sentó para calentar sus manos
junto al fuego en el palacio del sumo sacerdote, y estando sentado en ese
lugar, una criada atrevida le dijo: "tú también estabas con Jesús el
galileo," y tan débil era la fe de Pedro que ¡en verdad negó a su Señor!
Pero pocas semanas después de eso, el
Espíritu Santo descendió sobre Simón Pedro, y ahora, el mismo hombre que se
sonrojó de temor ante una criada arrogante, está ante miles de personas en las
calles de Jerusalén, hablando con el mayor aplomo a favor del Evangelio del
Cristo crucificado. Ahora no hay ningún temor, ningún temblor, ninguna incredulidad
en Simón Pedro, pues Pentecostés había llegado, y había sido fortalecido y
hecho valeroso por el Espíritu Santo. ¡Cuán maravillosamente había cambiado!
Casi hubieras llegado a pensar que había dos Simón Pedro, en vez de uno. Tan
maravillosamente había crecido en fe y en valor.
Además, es evidente que la fe crece, pues
ha habido, y hay, miles de otras personas que, manifiestamente, han tenido más
fe de la que tú o yo hayamos tenido jamás, y que sin embargo han descubierto
que su fe no siempre fue fuerte.
La fe algunas veces crece en intensidad.
Ustedes creen en las mismas cosas, pero ahora las creen con mayor firmeza. Un
niño tiene una perla en su mano. Sí, pero ahora el niño ha crecido y se ha
convertido en un hombre, y tiene la misma perla, aunque ahora la sostiene de
una manera muy diferente. Cuando sostenía la perla siendo un niñito, ustedes
tal vez podrían habérsela arrebatado; pero ahora que es un hombre, ¡miren cómo
cierra sus puños y aprisiona con fuerza su tesoro! ¡Dudo que se la pueda quitar¡
Lo mismo sucede con el hombre que crece en la fe. Empuña de tal manera las
verdades eternas que no podrías arrebatárselas. Él ha aprendido a permanecer
firme. No es sacudido por cualquier viento de doctrina. Mantiene el timón de su
alma fijo en la dirección del puerto de su destino, sin importar que soplen los
vientos y la tormenta brame y gima a su alrededor.
La fe también crece no solamente en
intensidad sino en alcance; de tal forma que creen más de lo que antes lo
hicieron. Al principio creemos en unas cuantas grandes verdades, y luego el
conocimiento viene en nuestra ayuda, y en lugar de sólo tres o cuatro grandes
verdades majestuosas, aprendemos diez, y conforme avanzamos más, aprendemos
cien, o mil verdes, sería algo muy extraño si la fe no creciera, mire lo que
dice Pablo en 2 Tesalonicense 1:5 “…por cuanto vuestra fe va creciendo”
Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al
cielo
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